Las hagiografías o vidas de santos están repletas de milagros ya que, los canonizados deben haber mediado en hechos milagrosos a lo largo de sus vidas. Y claro, la tradición oral de generación en generación, han hecho que estos milagros se hayan “ornado” de una serie de mitos y leyendas.
Hacia 1088 nace Pedro en las inmediaciones de la localidad de El Barco de Ávila. A medida que va creciendo, todo su entorno aprecia sus grandes cualidades y su bondad algo que, en aquella época, conducía a la vida monacal o el sacerdocio. Y él opta por lo segundo.
Al poco tiempo queda huérfano y se retira a un lugar retirado donde se dedica a cultivar la tierra y roturar zonas boscosas. Él vive con lo mínimo y lo que produce, lo reparte entre los más necesitados. Poco a poco su fama se extiende y el obispado le reclama para cumplir con algunas misiones de la Iglesia.
Tras muchos años de servicio, regresa a su localidad natal y a sus ocupaciones campesinas. Sin embargo, sobrepasa los setenta años y debe buscar un ayudante, un mozo que le ayude. Algo le reconcome por dentro y es saber cuando morirá: había tenido la experiencia de sus progenitores y deseaba conocer con antelación cuando dejaría el mundo terrenal. Y así lo pide en oración.
Recibió su contestación en forma de señal:
“Morirás cuando el agua de la fuente se convierta en vino”.
Corría el año 1155 y al poco de la revelación, mandó a su mozo a por agua a un manantial cercano. El chaval tornó muy azorado con un cuenco lleno de vino entre sus manos. A los tres días, Pedro (conocido después como San Pedro del Barco) murió.
Estos hechos milagrosos y su propia santidad eran conocidos en muchos kilómetros a la redonda y varias villas querían llevar los restos mortales a sus iglesias. Y es que poder orar junto a los mismos irradiaba virtud a aquellos fieles que lo hacían.
Así que Ávila lo solicitó como sede episcopal, Barco como localidad natal y Piedrahita como lugar de nacimiento de su madre. Como no había acuerdo, se toma una decisión en la que intervendría la suerte o los designios divinos: los restos, conservados en sal, se montaron a lomos de una mula y se condujo al animal a uno de los caminos que circundan la localidad de Barco. Y se la dejó suelta.
Pese a la proximidad de la localidad barcense, la mula comienza a avanzar hacia el este, por la calzada que conduce a Piedrahita. Pero, al llegar a este pueblo, continuó avanzando con paso decidido a pesar de las muchas gentes que le salían al paso y le pedían que, por favor, se parase allí. Por fin, llegó a Ávila, entró en la Basílica de San Vicente y en un punto muy próximo al Altar Mayor, pegó un fuerte golpe contra el suelo con una de sus pezuñas y se desplomó muerta. Todos interpretaron que el designio divino había sido el que San Pedro del Barco yaciera en aquel templo. Y la esforzada mula fue enterrada al lado de un cubo de la muralla.
San Pedro del Barco es un santo muy honrado en su localidad natal donde erigieron una ermita donde se ubicaba la casa donde nació. En la Basílica de San Vicente se conserva la huella de una herradura en las inmediaciones del altar y el cubo de la muralla que forma el vértice dirigido hacia esta iglesia recibe el nombre de Cubo de la Mula, localizándose allí un verraco celtibérico que dirige su testuz, también, hacia el templo.
Si todo fue una leyenda, ¡qué bien cuadra todo!.
Ermita de San Pedro del Barco.
Las huertas cultivadas por el santo se regaban con las aguas del río Tormes.
Verraco vettón dispuesto en el Cubo de la Mula.