Acerca del origen de Ávila. Según la tradición, en la Edad Media fueron dos maestres de geometría, uno romano y uno francés, los que dirigieron la construcción de la muralla medieval que duró nueve años. Esta leyenda resulta poco verosímil. Hay que considerar que hubo una primera muralla más antigua y que se trata de un edificio “vivo”, con numerosas ampliaciones, reconstrucciones y reparaciones.
Es difícil elucubrar acerca de la primera muralla abulense, partiendo de que existió una anterior a la medieval. Sin embargo, si existen indicios de una cerca antigua, normalmente considerada como de datación romana. Sin embargo, con anterioridad, el actual emplazamiento de Ávila hubo de estar poblado: se han localizado muestras cerámicas en puntos dispersos de la actual ciudad como en el entorno de la Calle Cruz Vieja (al lado de la Catedral) o del Monasterio de Santo Tomás que indican, respectivamente, un poblamiento prehistórico durante el Calcolítico (III milenio a.C.) o la Edad del Bronce Final (1250-800 a.C.). Y es que el Valle de Amblés, en el que se localiza la ciudad, estuvo plagado de asentamientos de diferentes cronologías (desde el Paleolítico a la Edad de Hierro) y un altozano como el que sirve de asiento a la ciudad, no pudo pasar desapercibido.
Cerámica con decoración de boquique prehistórica
Sin poder asegurar el tipo de poblado preexistente, lo cierto es que la ocupación romana, poco a poco, ha podido verificarse gracias, principalmente, a la arqueología. Lejos quedan ya las referencias mitológicas al origen de la urbe por la fundación de un hijo de Hércules y que “Ávila” fuera el nombre de la mujer de este héroe. Pese a ello, aún hay discrepancias entre aquellos que consideran que Ávila pudo ser un oppidum previo o no. Para entenderse, un oppidum era un asentamiento de población indígena de cierta envergadura (en este caso, los vettones que eran los que ocupaban la zona) dotado de algunos elementos defensivos.
El problema es que no existen pruebas definitivas de que Ávila tuviera ese origen indígena aunque tampoco que los romanos la fundaran. Así que, lo más prudente, es considerar una teoría intermedia: con la llegada de los romanos a esta zona, el núcleo se potencia (ya que si estuvo poblado en tiempos más remotos) y pasa a ser un asentamiento medio, no una urbe, pero si con una cierta importancia a nivel regional. El grueso de la población era indígena bajo el control ejercido por los romanos. Y los vestigios que aparecen en el subsuelo urbano, hacen pensar que el poblamiento se concentró en el extremo norte y este del recinto amurallado (desde el Mercado Chico hasta el lienzo oriental). Hasta en veintitrés puntos de este área se han localizado restos edilicios asociados a un momento romano, predominando los altoimperiales, encuadrados entre la mitad del S.I y principios del S.III d.C., destacando los restos de mosaicos romanos encontrados en el antiguo Hotel Continental, en la Plaza de la Catedral.
Y en esta zona convivió población vettona y romana, produciéndose esa mezcolanza tan característica del mundo romano con lo autóctono pero ¿precisaron de una muralla que los protegiera? Nos situamos en el siglo S.II a.C.
Inscripción romana embutida en muro de la Ermita de las Vacas | Restos de muros romanos aparecidos en C/Cruz Vieja, 1 |
La muralla romana. La conquista romana no fue cruenta: se produciría hacia el 154 a.C. y los vettones debieron reconocer la superioridad militar de los invasores sin grandes enfrentamientos. Si hubieran seguido habitando en castros como el de Ulaca o el de la Mesa de Miranda, los romanos habrían tenido la amenaza de que se rebelasen así que debieron incitar a que los abandonasen. Y es probable que muchos de ellos pasaran a habitar Obila, urbe citada por el historiador Ptolomeo, de una forma más o menos voluntaria ya que la urbe resultaba más segura frente a otros peligros y un centro con cierto dinamismo.
Los únicos indicios de una posible muralla romana serían unas superposiciones de sillares que se han localizado en la Puerta de San Vicente y del Alcázar en sendas intervenciones arqueológicas. Sin embargo, estos restos no se pudieron asociar a niveles de ocupación claros. A eso hay que unir el que su potencial trazado no está muy claro: no es asumible que tuviera el mismo enorme perímetro de la cerca actual. Se ha venido valorando que cerrase por el oeste por la línea vertical que traza la calle Tres Tazas y que el resto de flancos coincidiesen con la que conocemos. En realidad, habría que pensar que no se llega a destruir la defensa romana sino que la medieval la “absorbe”.
Sin embargo, no se ha podido comprobar en ningún tramo que exista esta base romana: si hubiera tenido cierta entidad, habría restado algún indicio no así si se tratase de una mera empalizada con un zócalo de piedra en la base. Unas hiladas de apenas un metro de alzado en las dos puertas citadas, no son suficiente indicio como para considerarlas como el cimiento de una muralla, una muralla que debería haber dejado más huella en la actual.
De las intervenciones arqueológicas anteriormente citadas, lo más llamativo fue la aparición en la Puerta de San Vicente de sendos verracos a ambos lados de la zona de paso, uno “in situ”, tallado sobre la roca y otro desplazado. Ello permitiría deducir que flanqueaban un acceso, mezclando la tradición indígena de los vettones que los tallaban desde hacía siglos con la civilización romana que predominaba en aquel momento. Y es que durante la dominación romana se siguieron esculpiendo estos tótems y ya no sólo para utilizarlos como señales de parajes con buenos pastos sino, también, como elementos ornamentales.
¿Pero qué sentido tendrían si la muralla no era tal? Si nos guiamos por lo aparecido en la intervención arqueológica llevada a cabo en el Palacio de los Sofraga donde se reconoció un tramo de calzada de época imperial, estos verracos servirían como hitos pero no necesariamente asociados a una muralla sino, quizás, a una zona de paso o magnificando un acceso.
Desde luego, si existió no fue una muralla de gran envergadura ya que la ciudad tampoco lo era. No dejaba de ser una ciudad que debía pagar tributo y cuyos habitantes eran extranjeros no-ciudadanos. Por tanto, no debe pensarse en la imagen que habitualmente tenemos de una urbe romana sino de una pequeña comunidad que no alcanzó la categoría de municipio.
En la Avila, Avula u Obila romana, había zonas residenciales y productivas. De las primeras se han hallado indicios en la zona de San Vicente y aledañas (se pueden contemplar restos edilicios en el musealizado Jardín de Prisciliano) y en solares de la Calle Caballeros o Vallespín. Y de un área habitacional y también productiva son los restos aparecidos al lado del río Adaja en las Huertas de San Nicolás que se adscribirían a la relativa prosperidad del núcleo de población en torno al S.I y II d.C.
Restos del hábitat romano aparecido en las Huertas de San Nicolás.
Quizás, como no era reconocida como ciudad romana, no contó con los grandes edificios que solían ocupar el forum o plaza de la urbe aunque si se ha documentado algún resto llamativo como la basa de una enorme columna (aparecida en un solar sito en C/Alemania) que bien podría formar parte de un templo o un edificio administrativo.
¿Una muralla visigoda?
Tal y como se ha anotado en el apartado anterior, la existencia de una muralla romana resulta muy difuminada y, sobre todo, no podría entenderse como la base de la actual defensa.
Los siglos siguientes al S.III son convulsos con el declive del imperio romano y las incursiones invasoras de pueblos bárbaros. Ávila continuó estando poblada como lo demuestran indicios, sobre todo cerámicos, localizados en diferentes excavaciones. Y Ávila era ya una capital de cierta importancia en el siglo VI y VII, ya en época visigoda. Surge, de nuevo, la duda acerca de cómo se defendería el núcleo frente a las continuas amenazas. Y la clave parece ser las torres cuadrangulares que encontramos embutidas en los torreones que delimitan las puertas del tramo oriental.
La aparición de un triente (moneda) de oro visigodo demuestra la pujanza de la ciudad visigoda de Ávila habida cuenta de su carácter excepcional.
Para algunos autores, éstas corresponden a una defensa destinada a frenar los ataques suevos del S.V. Sin embargo, para otros, existen argumentos que contradicen esta explicación y tienden a considerar que estas primeras torres, integradas en una muralla antigua, deberían encuadrarse cronológicamente en los albores de la Edad Media, hacia el S.XI o principios del S.XII.
Estas torres no son romanas porque reutilizan elementos funerarios romanos. Y en los lienzos oriental y meridional existe un gran número de sillares REUTILIZADOS. Están dispuestos en hiladas pero no coinciden en disposición ni dimensiones. Ello se debe a que son piezas provenientes de alguna edificación romana previa que habría sido desmantelada. Tampoco tuvieron impedimento en utilizar estelas funerarias del antiguo cementerio de aquella época que, se cree, se localizaba en la zona de la Basílica de San Vicente.
La posibilidad de que se trate de los torreones de una defensa del S.V tendría su correlación con algunos yacimientos existentes en las inmediaciones como lo es el de Navasangil, un asentamiento de tipo medio a unos veinte kilómetros de la capital. Se trata de un asentamiento defensivo tipo castreño que se fortifica y concentra población por las amenazas existentes en aquel momento. Pero Navasangil no era una capital y Ávila lo sería en mayor medida. Recurriendo de nuevo a los resultados de las intervenciones efectuadas en la Puerta de San Vicente, los materiales asociados a las torres embutidas, proporcionarían cronologías en un amplio y vago espectro que van del S.VI al S.XI.
Torre cuadrangular embutida en el flanco izquierdo de la Puerta de San Vicente | Torre cuadrangular embutida en el flanco derecho de la Puerta de San Vicente |
Si esta hipótesis se asociara a niveles arqueológicos que se han localizado en ciertos puntos, tendríamos un núcleo fortificado y habitado en el S.V con unas murallas de esa época que se mantendrían hasta los albores del Medioevo.