Al igual que en otras expresiones artísticas, las murallas abulenses también han inspirado a literatos de diferentes épocas.
Fundamentalmente ha habido dos formas de “percibir” las murallas por parte de los diferentes autores. Por una parte, están aquellos que han hecho referencia a las mismas como un elemento identificativo de la ciudad pero dentro de su patrimonio histórico-artístico. Se trata de obras divulgativas o meramente descriptivas. De otra, están aquellos que sienten que el monumento les inspira en un sentido poético.
Resulta curioso que los dos más grandes poetas místicos que ha habido en España, vinculados estrechamente a la ciudad, como son Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, no aludan de forma directa a las murallas en sus obras. Pese a ello, es evidente que Ávila fue para ellos una inspiración fundamental y las defensas pudieron ser ese Castillo Interior para la santa o Las Moradas:
- “(…), se me ofreció lo que ahora diré, para comenzar con algún fundamento, que es considerar nuestra alma como un castillo, todo de diamante o muy claro cristal, adonde hay muchos aposentos, así como en el cielo hay muchas moradas”
Teresa de Jesús y su hermano son localizados en su huida hacia el sur (ilustración A.Veredas)
En realidad, hasta el S.XIX las murallas tan sólo ocupan algunas líneas en descripciones más amplias de escritores como Ariz, Cianca o Espinosa, en obras escritas a finales del S.XVI o principios del S.XVII que redundan sobre los orígenes mitológicos de la ciudad y de sus defensas.
En el S.XIX triunfa la corriente cultural del Romanticismo en la cual se da prioridad a los sentimientos frente al racionalismo. Se valora lo arcaico, lo popular como germen de la identidad de cada país. Y Ávila y su muralla se convierten en un referente de lo genuino, “lo castellano” más auténtico.
El interés por la defensa se mantendrá con el cambio de siglo. El desastre español de 1898 por el que España pierde sus colonias y pasa a tener un papel internacional secundario, provoca entre los literatos hispanos un enorme interés por Castilla, por sus paisajes sobrios y hace que ahonden en sus tradiciones, en su lenguaje y que Ávila vuelva a ser objeto de sus plumas.
Para el nicaragüense Rubén Darío, poeta cumbre del modernismo en español, su viaje a Ávila en 1905 se debió a un motivo tan entrañable como el conocer a la familia de su amada Francisca, natural de Navalsauz. Sin embargo, pese a que su visita si le influyó en la elaboración de algunos poemas dedicados al paisaje rural, no dedicó verso alguno a la muralla de la capital de la cual partió.
Una verdadera inmersión en la ciudad fue la que efectuó el escritor argentino Enrique Larreta. Aquí ambientó su novela La Gloria de Don Ramiro (1905), obra cumbre del realismo hispanoamericano ambientada en el S.XVI. Las referencias a la muralla son constantes en el deambular del protagonista por su ciudad natal y, de ella, se destaca su fortaleza e inmensidad:
- “"Una tarde calurosa de fines de abril fuese a dar una vuelta por el camino exterior que corre al pie de los muros. Dejó la ciudad como de costumbre, por la puerta de Antonio Vela. No había llovido en todo el mes. El valle, con sus panes demasiado mohínos, mostraba, allá abajo, su aspecto sediento y polvoroso. Al llegar a la esquina del alcázar, dobló a la izquierda y siguió caminando sin detenerse. Aislada entre las peñas y bañada por los últimos resplandores de la tarde, la basílica románica de San Vicente relucía cual cobrizo relicario; mientras los dos inmensos torreones de la puerta vecina (los de la muralla) se revestían de sombra cuasi nocturna. Ramiro levantó la mirada para contemplar el delgado puente de piedra que une sus almenas y que en ese instante contorneaba su arco negruzco sobre un cielo de oro y de llamas… entró en la ciudad….”
Vista de la Espadaña del Carmen por Enrique Larreta (1930).
El gran escritor Ernest Hemingway pasó un par de meses en la localidad de Barco de Ávila donde se enamoró de la pesca de la trucha, de sus gentes amables y de sus asados (según sus propias palabras). En su periplo por la España de 1931, también conoció Ávila, atraído por sus escritores místicos, y sus defensas pero sólo las mencionó de una forma indirecta y como recurso irónico hacia el filósofo y ensayista de origen abulense Jorge Santayana al escribir a su amigo Bernard Benenson en 1953:
- “Si eres de Ávila, Ávila no tiene ningún misterio (…) (pero) Santayana me parece distinto. Como proviene de una ciudad amurallada, cree que eso le hace diferente. No hay diferencia en el corazón. Cualquiera que haya vivido en una ciudad amurallada sabe cuánta inmundicia hay en las defensas y bajo las torres. Sabemos quién luchó por ella y ayudó a construirla y quién no”.
(carta publicada por Sonsoles Sánchez Reyes Peñamaría)
Santayana, criado en Estados Unidos, visita numerosas veces la ciudad entre los años 1880 y 1890 y la emoción que le produce ver las murallas desde las vías del tren, la plasma en textos como el siguiente:
- ““…latiéndome el corazón buscaba los nombres de las últimas estaciones, Arévalo, luego Mingorría, tras la cual, en cualquier momento, podía esperar ver a la derecha las perfectas murallas de Ávila en suave declive hacia el lecho del río invisible, con todos su baluartes reluciendo claramente a los horizontales rayos del sol y la torre catedralicia en el centro, sobresaliendo sólo un poco sobre la línea de las almenas y no menos imperturbablemente sólida y grave”.
Pero la asociación de la ciudad amurallada con un pasado glorioso se mantendrá hasta bien entrado el S.XX. Con el Franquismo, la inexpugnable muralla se convierte en un símbolo de lo que había sido España, el germen de la unidad de un país conservador y católico.
La muralla vista desde la zona de la vía férrea
Para saber más:
Sánchez-Reyes Peñamaría, Sonsoles y Fernando Romera Galán (eds); “Rutas literarias por Ávila y provincia”. Aquilafuente, 100. Ediciones Universidad de Salamanca. Salamanca, 2006.