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Vista por los viajeros

A veces, cuando otra persona aprecia algo es cuando te das cuenta de lo que tienes. La muralla de Ávila ha sido, desde su origen, un foco de atracción para el forastero. Al abulense, acostumbrado a convivir con la defensa en su día a día, no le sorprende tanto. En realidad, durante los siglos XIX y principios del S.XX fueron los viajeros que pasaban por la ciudad, los que comenzaron a ensalzarla y, con sus descripciones, hicieron que otros vinieran a conocerla.

Porque siempre es curioso apreciar como la han visto y como la vemos, este apartado recoge algunas de las impresiones que el monumento causó en aquellos viajeros que la conocieron en el pasado.

 

La muralla vista por los viajeros de los siglos XVIII y XIX.

Desde finales del S.XVIII, el S.XIX y principios del S.XX, un gran número de viajeros europeos acuden a visitar Ávila. En pleno auge del movimiento Romántico, esta vieja ciudad castellana resultaba muy atrayente por su rico pasado y esa mezcolanza entre unas épocas pretéritas de gran abolengo y la decadencia en la que se veía sumida en aquellos momentos. Las visiones que de la muralla tienen estos viajeros y que plasman en sus escritos, resultan ser una documentación histórica sobresaliente acerca de la urbe. La práctica totalidad de las referencias están extraídas de la excelente recopilación citada en la bibliografía.

1820. Grabado anónimo editado en París

1820. Grabado anónimo editado en París

 

Algunas descripciones, como la efectuada por el británico Joseph Townsend que viajó por España entre 1786-1787 y cuyas experiencias recogió en su obra Viaje por España (1791), resultan muy asépticas pero suelen incidir en dos aspectos: por una parte la decadencia de Ávila y, por ende, de Castilla y lo llamativo de sus grandiosas murallas:

  • "Ávila sólo tiene en la actualidad mil casas y una sexta parte de su antigua población. Sin embargo, el número de sus conventos no ha disminuido (…). Toda la ciudad, que está construida sobre granito y encerrada por una muralla jalonada por ochenta y ocho torres albarranas, parece muy antigua, sobre todo la catedral”.

 

Y estas apreciaciones pueden llegar a ser hirientes para la sensibilidad actual como las aportadas por el reputado viajero Richard Ford (1796-1858), implacable a la hora de referirse a la decadencia abulense:

  • Ávila, despreciada por los españoles y hasta ahora olvidada por los extranjeros, es una noble muestra de austera ciudad medieval de Castilla, y con abundante arquitectura quasi Normanda y gótica (…). Los avileses son física y moralmente de categoría inferior. Los torpes y descorteses patanes se quedaban boquiabiertos en su ignorante asombro ante el interés que mostraban los viajeros por objetos a los que ellos eran estúpidamente indiferentes.

A la hora de describir la muralla, el inglés utiliza todos los tópicos historiográficos ya que

  • “D. Raimundo de Borgoña, yerno de Alfonso VI; se sirvió de dos extranjeros, Cassandro y Florín de Pituenga para construir una ciudad fronteriza de piedra: e hicieron bien su trabajo, como lo evidencian las murallas aún existentes de 40 pies de altura por 12 de ancho, defendidas por 88 torresy una catedral medio fortaleza…”,

argumento que poco tiene que ver con la realidad.

  • Vista de la Puerta del Alcázar (1844) según Van Halen
  • Vista de la Puerta del Alcázar (1844) según Van Halen

 

  • Durante la ocupación napoleónica de España, algunos militares franceses recogen sus impresiones sobre la península en diversos compendios. Para Joseph Hugo (1773-1828) que llegó a ser gobernador de Ávila durante la ocupación, las murallas son un elemento imprescindible para la defensa de la ciudad y se apresta a cegar ocho de sus ¿once? puertas para hacerla más inexpugnable. Las murallas habrían sido “construidas por los moros” y “están flanqueadas de un número considerable de torres circulares y muy próximas unas de otras; su espesor es de cuatro metros en la base; están terminadas por un terraplén y un paramento almenado que reina casi sin interrupción alrededor de la ciudad propiamente dicha; las torres igualmente almenadas son generalmente más altas, de 5 a 6 metros más que el terraplén: algunas lo son más y dominan las casas del arrabal”.

 

La llegada del ferrocarril a la ciudad supuso un flujo mucho mayor de visitantes a Ávila. La mejora en las condiciones del viaje (hasta esos momentos, en diligencia o a lomos de mulas) y la difusión de los testimonios de otros viajeros previos, hace que se convierta en un destino preferente entre aquellos que querían paladear la España más secreta. Y, es posible, que influyese en que tuviesen una opinión menos “derrotista” de la localidad y sus defensas.

E. de Bourambourg, escritor francés, realizó el trayecto en tren entre Francia y España y se refiere así a su visita a la capital abulense:

  • (…) “hacia una gran ciudad, sombría y silenciosa, construida totalmente de esquistos micáceos, de granito y de pórfidos: es la antigua Ávila, que sigue siendo la misma a pesar de los siglos, con sus murallas almenadas, sus altas puertas y su diadema de torres que han contemplado la Edad Media. El ábside de su catedral está defendido por un sólido bastión semicircular, como en aquellos tiempos de guerra perpetua. Todo aquí tiene un carácter feudal y religioso.”
  • Puerta del Alcázar (1870) según Joaquín Sierra
  • Puerta del Alcázar (1870) según Joaquín Sierra

 

El también francés E. Guibout realiza el mismo periplo que la mayor parte de los visitantes forasteros a la ciudad (procedentes de Valladolid, hacían noche y, al día siguiente, partían hacia El Escorial):

  • (…) “un ómnibus nos conduce penosamente a la ciudad, el aire allí es frío, un cinturón continuo de altas murallas almenadas, flanqueadas de torres y atravesadas por puertas ojivales, rodea la ciudad, por encima de la cual se levanta la catedral. Las estrechas calles, sin pavimentar, silenciosas, con cuestas empinadas, son la mayor parte claustros, de conventos o de iglesias. Nunca, ni en Gante, ni en Nuremberg, ni en Lubeck, habíamos visto nada que tuviese, en esta proporción, la sorprendente y pintoresca originalidad de la Edad Media. Estábamos en las antípodas del Boulevard des Italiens, en pleno siglo XIII, respirando la atmósfera calma y serena de esta gran y fecunda época. Alrededor de nosotros todo era grave, religioso y devoto”.

 

Quetin fue autor de una guía de España y Portugal (1841). En una de las rutas propuestas, se visita Ávila, y siguiendo el patrón de otros autores, destaca un episodio concreto que siempre formó parte de la Leyenda Negra española:

  • (…) “Ávila está rodeada de buenas murallas; sus calles no son nada bonitas; las casas muestran un triste aspecto que le proporciona el granito negro (…). Como Valladolid, esta ciudad ha tenido también sus tristes páginas en la historia de la Inquisición”.
  • Arco del Alcázar (1875). Fotografía de J.Laurent. (Arhivo Ruiz Vernacci,. Ministerio de Cultura)
  • Arco del Alcázar (1875). Fotografía de J.Laurent. (Arhivo Ruiz Vernacci,. Ministerio de Cultura)

 

En el caso del arquitecto inglés George Edmund Street, su interés se centraba en apreciar la arquitectura medieval europea por lo que su descripción de la muralla resulta algo más pormenorizada:

  • “De las muchas ciudades amuralladas que vi en España, creo que es ésta la más completa. Su recinto se conserva casi entero (…) que nada absolutamente de la población se alcanza a ver tras de los muros, los cuales siguen las ondulaciones del monte sobre el cual se asientan presentando un aspecto asaz severo, salvaje y adusto, que más bien parece anunciar una ciudad muerta que una población pequeña pero bastante animada, de los tiempos modernos”.

 

Para los viajeros, quizás lo más chocante es apreciar como la población local no da ninguna importancia al excepcional patrimonio con el que conviven. Lady Herbert (1822-1911) lo afirma con rotundidad:

  • “Ávila es una noble muestra de una antigua ciudad fortificada, llena de curiosos monumentos e inscripciones góticas del siglo trece que, desgraciadamente, a nadie parece importarle ni nadie parece capaz de explicar”.

 

En general, el viajero suele marchar de la ciudad satisfecho con su visita y recomienda, al que lee su obra, que acuda a la misma. A. Roswag aconseja lo siguiente:

  • “Las puertas de Ávila, principalmente la de San Vicente y del Alcázar, esta última contemporánea del tiempo de los Reyes católicos, o las casas de la calle de Pedro Dávila, las de la plaza de la catedral, y tantas otras, deberían ser visitadas por el artista y el erudito debido a su peculiar arquitectura, sus disposiciones interiores y sus fachadas, donde destaca de manera singular el severo color del granito empleado en su construcción”.
  • Vista general de la muralla desde el oeste (1890). Fotografía de Isidro Benito.
  • Vista general de la muralla desde el oeste (1890). Fotografía de Isidro Benito.

 

Los orígenes de los viajeros era variado aunque predominasen los ingleses y franceses (muchos galos visitaron la ciudad debido a la ocupación francesa de la península) pero se aprecia que las impresiones eran semejantes. Así se aprecia de la descripción de las murallas del portugués A. de Andrade que viajó por España entre 1875 y 1880:

  • “No hay en España una ciudad tan medieval. Con su circuito de murallas, y con las espadañas de sus antiguas iglesias todavía en pie, su perfil de ciudad es el más feudal de cuántos se alzan en la solemne desnudez de las Castillas. Su peculiar imagen externa se corresponde en su interior con un verdadero museo de la Edad Media, en el que a todo sobrepuja la catedral, soberbio edificio del siglo XIII y tal vez la más antigua arquitectura gótica que existe en España”.

 

Para el geógrafo ruso P.A. de Tchihatchef, en 1887, la ciudad abulense guarda similitudes con las villas toscanas:

  • “Ávila se nos presenta muy pintoresca con sus muros recargados de torres, recordándonos a este respecto a la pequeña ciudad de San Gimignano, pero no al risueño valle de la Toscana, puesto que la fría meseta de Castilla respira de alguna manera el carácter triste pero solemne de la Arabia pétrea”.

 

Para cerrar la recopilación de citas literarias efectuadas por viajeros del S.XIX, reseñamos un extracto de la escrita por G.C. Lecomte que, aunque ya de los últimos años de este siglo, aún emana un exultante romanticismo como el propio autor señala:

  • “La llegada a Ávila, al anochecer, es fantástica. A lo lejos, la geometría teatral de las almenas se dibuja sobre la claridad plateada de un cielo con luna. Ávila, terriblemente fortificada desde antiguo, ha conservado intacto su cinturón de murallas y de torrecillas, majestuoso decorado que completa de manera suprema su carácter arcaico. Las torres de la catedral surgen completamente negras con una deslumbrante grandeza de esta noche luminosa. El coche se adentra bajo las retumbantes bóvedas de las puertas, pasa a lo largo de altas y severas murallas; sus traqueteos despiertan las sonoridades de una calle y una plaza adoquinada. Por encima de nuestras cabezas, unas gárgolas dibujan sus siluetas gesticulantes sobre un campo sembrado de estrellas titilantes. La hora chirría en la chatarra del reloj y suena claramente en la paz de esta ciudad dormida. Ningún movimiento, ningún ruido, salvo, de vez en cuando, el triste grito de los serenos. En este silencio majestuoso, la sombra de los campanarios y de los tejados sobre las losas iluminadas de las claridades de la luna es muy emocionante. Por más que uno quiera apartarse de toda exaltación romántica, estamos demasiado envueltos en una atmósfera medieval para no sentir su noble y pintoresco encanto”.

 

Por supuesto que en el S.XX, este tipo de impresiones, plasmadas en libros de viajes y guías continuaron apareciendo, multiplicándose ya que fue menos complejo acceder a la ciudad. Aquellas más literarias han sido incluidas en el apartado correspondiente a Las Murallas y la Literatura mientras que las recogidas en las guías se han obviado ya que suelen ser retóricas, repetitivas y, en ocasiones, ni siquiera sus autores habían viajado hasta Ávila.

Vista del puente sobre el río Adaja. Fotografía de Rafael de Sierra (1896)

Vista del puente sobre el río Adaja. Fotografía de Rafael de Sierra (1896)

Para saber más:

Chavarría Vargas, J.A., Pedro García Martín y José María González Muñoz; “Ávila en los viajeros extranjeros del S.XIX”. Institución Gran Duque de Alba. Ávila, 2006.